Vilipendiada, y a traición, la reputación del que estas líneas junta, ampliamente descrita y recogida, con todo lujo de detalles, la pasada entrega por mi mentor, y sin embargo compañero Luís López, iniciamos la última entrega y etapa del segundo río más caudaloso que esculpe nuestra apreciada piel de toro. Con la solemnidad y sobriedad que las circunstancias exigen, motivado por la registrada conducción además del que los mismos paisajes reclaman, para no perder detalle de la belleza derrochada hasta su desembocadura en el Mare Nostrum.
Dejamos atrás la populosa ciudad de Caspe siguiendo la entretenida N-211, que proveniente de la «motorizada» Alcañiz y mucho más allá, surca de oeste a este esta franja de Aragón de paisaje rotundamente árido, además de abrupto. Donde la carretera adquiere el adjetivo de curvilíneo tobogán. Y que nos sirve de inmejorable vigía sobre las aguas de un Ebro, que ahora embalsado en el serpenteante embalse de Mequinenza -Mar de Aragón-, rivalizan con el azul del mismísimo cielo.
No escapa a nuestra atención lo que desde nuestra móvil posición parece una isla coronada por unas ruinas, éstas pertenecen a las de la ermita de la Magdalena y que desde la inauguración del pantano, allá por 1966, ha quedado aislada y en el olvido salvo por la mirada curiosa del interesado viajero, además de un grupo de defensores de la misma.
Al pantano le da nombre una pequeña población, donde las aguas de un pirenáico y afrancesado Segre, junto a las del oscense Cinca se suman a las de un ahora baturro Ebro. Justo antes de alcanzar el puente que da acceso al pueblo, un desvío a la derecha por la estrecha, además de descuidada, A-1411 nos conducirá a Fayón. Ascendiendo súbitamente nada más iniciar su singladura.
Embalse de Ribaroja
Desde la prominente altura nos vamos alejando del incipiente pantano de Ribaroja y que, más adelante, nos ofrecerá espectaculares vistas de porte marítimo. Ahora unas señales nos alertan de las obras de mejora o, mejor dicho, simple mantenimiento de una carretera demasiado abandonada. Tranquilo, no durarán mucho y con el paso de los kilómetros y, sobre todo, en el siguiente desvío vuelve a recuperar su merecida denominación además de ganar anchura sus carriles y márgenes.
Llegamos a Fayón, y en el pueblo volvemos a divisar el Ebro. Que no te confunda la ordenada y tranquila población, éste es el pueblo nuevo y data de mediados del siglo pasado; el original se encuentra bajo las aguas del citado pantano. Hago mención de él en el apartado «No te pierdas», además de recomendarte que tomes la estrecha carretera que lleva a la ermita del Pilar y desde la que hay impresionantes vistas sobre el pantano en forma de descomunales brazos, que no son más que el cauce ahora exponenciado del río. Además del referido campanario del pueblo originario.
Interior tarraconense
Tras la visita retomamos la carretera, que ahora desciende y resulta todo un aliciente para dar rienda suelta al disfrute de la conducción. En su punto más bajo cruzamos el río Matarraña que hace de frontera con la provincia de Tarragona. Nada más adentrarnos en Cataluña, pasado un camping y cuando el Matarraña es parte ya del embalse, una construcción encima de las aguas nos llama poderosamente la atención, sobre todo al encontrarse junto a un monumental cortado que cae a plomo hasta el agua. Es la entrada al túnel de la línea férrea que en su día conectaba Madrid con Barcelona y que justificaba este inverosímil paso por la prosperidad económica del mencionado pueblo de Fayón. Y que durante la terrible Guerra Civil española fue dinamitado su trazado tras retirarse las tropas republicanas en la famosa batalla del Ebro.
La vía se vuelve a estrechar, pero su asfaltado se manifiesta tremendamente bueno aunque resulta muy revirado. Eso no supone ningún problema y toca seguir disfrutando del recorrido, ahora inmerso en un bosque de pinos y que asciende por falda arriba. En el siguiente cruce nos desviamos a la izquierda hacia Riba-roja de Ebro, ahora descendemos pero muy pegados a una ladera en la que encontramos restos de desprendimientos, al volver a ascender, lamentablemente, vemos restos irreparables, por lo menos a corto plazo, de un reciente incendio.
Un nuevo descenso, no carente de disfrute, nos vuelve a poner en contacto visual con el pantano, ya hasta la localidad que le da nombre, Riba-roja de Ebro. Y donde el Ebro hace un pronunciado meandro.
Un profundo olor como a algarrobo inunda el ambiente, pero por aquí no encontramos tal árbol. Es más, el paisaje ahora está poblado por cultivos. Más adelante, al llegar a Flix una industria química levanta nuestras sospechas de tan característico hedor, donde llegamos a interesarnos en la misma fábrica y donde lo justifican por las obras colindantes de depuración y limpieza del río. La verdad es que la construcción divisoria de aguas y el diferente color de las mismas nos llaman bastante la atención. Al llegar a la población tomamos la C-12 hacia Ascó, singular emplazamiento de una central nuclear.
Cruzamos al otro margen del río hacia Vinebre, donde la carretera marca más estrechamente el cauce de un Ebro ya descomunal. Al llegar a Mora de Ebro ponemos rumbo a Tortosa. Mucho antes, a nuestra derecha localizamos el Castillo de Miravet. Tras un entretenido y amplio recorrido de montaña volvemos a cruzar al margen derecho a través del puente de Llaguter ya hasta la ribereña Tortosa, donde, en un escenario perfectamente plano, el Canal Derecho nos acompaña hasta prácticamente Amposta, puerta del Delta del Ebro. Donde encontramos su inapelable desembocadura en el Mediterráneo
No te puedes perder
Embalse de Ribarroja: Si algo caracteriza a los pantanos de la cuenca del Ebro en esta zona de Aragón es su alargada extensión sobre el cauce original. En el caso del de Ribarroja, junto al abrupto relieve colindante, ofrece imágenes similares a las conocidas de las rías norteñas.
Antiguo Fayón: El pueblo original fue cubierto por las aguas del embalse de Riba-roja desde el año 1967. Contaba con la flotilla de llauts más numerosa del Ebro debido a la riqueza en lignito de la zona y que le otorgaron su mayor prosperidad. Fue testigo de la tristemente famosa Batalla del Ebro.
Miravet: Localizado en la comarca de Ribera de Ebro, en lo alto de una pronunciada colina y con el río a sus pies, destaca su castillo de origen islámico, que a su vez fue transformado en castillo convento por los Caballeros Templarios. Actualmente está en proceso de restauración, contando con la particularidad de acceder obligatoriamente a la localidad mediante un transbordador si sigues la ruta que te proponemos.
Delta del Ebro: Este Parque Natural abarca una extensión de 320 km2, formando uno de los humedales más grande de la Europa mediterránea. Encontramos, además de su fauna acuática, un paisaje completamente transformado por el hombre y adaptado a las particulares características del humedal, con interminables campos anegados dedicados al cultivo de arroz y también las últimas salinas de la zona.